sábado, 28 de julio de 2007
...esa mala costumbre de atar todo con alambres, de practicar con una habilidad excepcional la ley del menor esfuerzo, con tal de ganar un tiempo de descuento para nuestro recreo y poder así rascamos a tres manos lo que ya se imaginan. Y como si fuera poco, en cierta forma hasta enorgullecerse ante el mundo de la viveza que aquello puede llegar a suponer.
Pero a veces los alambres no resisten la precariedad con que fueron dispuestos, y lo que se entreve en ese desmoronamiento no es otra cosa más que la consecuencia de una miseria que siempre estuvo pero que mientras tanto se disimulaba muy bien. Nadie se preocupa por mejorar nada mientras las cosas funcionen más o menos bien, incluso teniendo la certeza de que tarde o temprano la cosa se irá inevitablemente (aunque evitable, en el fondo) al mismísimo carajo. Ni en arreglarlas aún cuando no funcionan en absoluto.
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